14 de marzo de 2018
EN LAS NUBES
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Luego de escuchar a María Fernanda Guillermo Casas hablar ante estudiantes y padres de familia en el auditorio del Tecnológico de Monterrey, campus Ciudad de México, (sí, el que recibió el embate del temblor pasado), hay que aplaudir lo que ella calificó como “Somos la generación valiente”.
Lo hizo en representación de casi quinientos estudiantes que concluyeron su carrera profesional. Ella en Comunicación y Medios Digitales.
Se remonta a sus abuelos, a los que “culpa” de interesarla por estudiar en el Tec. Su charla, diferente a estas ocasiones, vale la pena tenerla integra. Así la damos a conocer. En dos partes. “Hace cuatro años y medio que esta aventura inició y aún me es difícil imaginar que está por terminar.
Hace aproximadamente 15 años, mis abuelos se dedicaban a rentar departamentos a estudiantes del Tec y yo los acompañaba a dejar sus anuncios a Oficinas 5. Me encantaba hacerlo porque cada semestre que iba, estaba sentada en el asiento trasero del carro y me preparaba para que cuando estuviéramos por Periférico, segundos antes de entrar al Campus, pudiera volver a ver todos los edificios que había y lo imponente que su presencia era.
Recuerdo muy bien que el primer día que entré al Tec, me percaté de tres cosas: primero, vi los detalles coloridos en los vidrios de Oficinas 5. Después me di cuenta de lo elegante que me parecía que utilizaran elevadores para moverse de un piso a otro.
Al esperar en la estancia a que mis abuelos salieran, un ambiente lleno de paz y conocimiento adornaba mi entorno pero, aún no entendía y no sabía muy bien lo que el Tec. Era, solo notaba que algo en mí me hacía sentir como si yo perteneciera a ese lugar.
Mis abuelos, Juan y Marina, se percataron de ese brillo tan inusual en los ojos de alguien de tan solo 8 años y mi abuelo me explicó que el Tec era una de las mejores Universidades del país pero que era muy difícil poder estudiar ahí porque tenía un nivel muy alto y no cualquiera lograba culminar sus estudios en esa Universidad Mi abuela Nina me miró fijamente y me dijo que yo podía ser lo que yo quisiera. Que soñar en este mundo y la fe en nosotros, son clave para poder alcanzar todas las metas que me propusiera.
Mi abuelo prosiguió y sentándose frente a mí, me dijo que si me esforzaba y seguía estudiando, que si seguía con buenos resultados y amor a la escuela como hasta ese día, que entonces, un día no muy lejano, mis papás podrían inscribirme en el Tec.
De pronto, sentí que todo tomaba su lugar y que sin darme cuenta desde hace 15 años, había hecho uno de los compromisos más importantes conmigo misma: la promesa de estudiar en la escuela con la que desde entonces, había soñado.
Los años pasaban y todos los estudiantes que rentaban los departamentos de mis abuelos se convirtieron en amigos míos. Los veía llegar e irse, y en cada uno de ellos notaba un ciclo muy común: desvelos, cansancio, felicidad, emoción, liberación y nuevamente el ciclo se repetía.
Un día le pregunté a Miguel Ángel, uno de los tantos estudiantes foráneos que llegaron a rentar los departamentos, que por qué había elegido al Tec como Universidad, si yo veía que su ritmo de trabajo y la exigencia en sus tareas no le permitían dormir temprano ni tampoco le permitían estar con su familia como él deseaba o salir con sus amigos en su tiempo libre.
Miguel Ángel dejó a un lado su libreta roja, me miró con mucha dulzura y me respondió que lo más complicado es lo que más satisfacción puede darnos, porque solo así entendemos de lo que somos capaces de hacer y de lo que muy pocos logran alcanzar.
Miguel Ángel, Exatec, actualmente es Director de Carrera en Estado de México y me prometió que un día entendería de lo que él me hablaba. Y ese día llegó. Como era de esperarse: mis papás estaban un poco angustiados porque no desistía de la idea de estudiar en el Tec, pero, jamás me dijeron que no, jamás me pidieron que abandonara mi sueño.
Hubieron largas charlas con mamá, quién me pedía que no desistiera aunque el mundo estuviera en contra. Me pedía lograr todo lo que ella ha logrado y mucho más, donde con lágrimas en los ojos me repetía que desde que nací, ella fue la mujer más feliz del mundo y que construir una familia, ha sido parte de su legado, y que yo había venido a este mundo para lograr grandes cosas y para cambiarlo.
Mi papá, con su peculiar forma de ser, entendía que detrás de mis ojeras o malos días, existía un gran sueño, y constantemente me daba consejos valiosos, me pedía que no escuchara a los demás, sino que siempre escuchara a mi corazón y que valorara todo lo que Dios y la vida me han dado. Nunca olvidaré todos estos años llenos de un: “ya casi güerita, ya casi lo logras, un semestre más.”
Y hoy papás. Hoy lo logré. Se necesita ser muy terco, muy apasionado, muy intenso y muy inteligente para estar aquí hoy, pero sobre todas esas cosas, se necesita fe, mucha fe para creer en uno. Todos tenemos una historia de cómo y por qué llegamos al Tec y hoy estamos aquí, en el cierre de una de las etapas más importantes de nuestras vidas. Porque con ella obtuvimos una realización personal y profesional que nos ha hecho perdernos, encontrarnos, crecer, cambiar, permanecer fieles a nosotros mismos. Pero sobretodo que hoy nos hace aplaudirles y aplaudirnos. Aplaudirles a todas las personas que creyeron en nosotros y que con una palmada en la espalda, con un regaño, con un consejo, con una sonrisa o con un abrazo, nos dieron ánimo para seguir. Nos alentaron a alcanzar aquello que aún veíamos lejano.
Aplaudirles por su dedicación y pasión para formar personas de bien. Cada uno de nosotros eligió qué camino seguir, qué carrera estudiar, qué oportunidades tomar y cómo desarrollarnos ante tantas posibilidades que el Tec, nuestra segunda casa, nos ofreció. Pudimos ser parte de algo mucho más grande que nosotros mismos, pertenecimos a alguna familia que nos adoptó en múltiples artes, deportes y grupos de liderazgo social y estudiantil para nuestro desarrollo personal, actividades que complementaron los grandiosos años de nuestras carreras.
También, pudimos hacer amigos que nos enseñaron la felicidad en pequeñas cosas, que se volvieron cómplices en numerosas aventuras y que hoy son parte de nuestras vidas. Mañana, la enseñanza.
craveloygalindo@gmail