28 de febrero de 2020
EN LA NUBES
Hasta barraganas llegaron
Carlos Ravelo Galindo, afirma:
Hubo, nos platican de chile, de dulce y de manteca. Nos referimos a las damas que llegaron durante la conquista.
Dejemos que la historia nos lo relate. Pero antes, una interpelación de un experto.
“Pues yo de momento prefiero no hablar ni bien, ni mal de las mujeres, pero sí tengo gratitud hacia muchas, y creo que ningún prejuicio.
Estamos en una transición muy sensible en el tema hoy llamado feminismo (aunque las pioneras vienen de siglos atrás).
Adiós paradigmas milenarios, y qué bueno, pero si publicas lo siguiente, serás responsable de que me linchen: no sé por qué he recordado aquel comercial de ollas de aluminio de La Vasconia (¿españoles?) en radio o TV, donde una mujer cantaba: “Para nosotras las mujeres, Ekco”.
Así nos educaron ellas mismas, todavía sumisas por imposiciones de las principales religiones monoteístas (y machistas).
Y -para concatenar- acabo de leer declaraciones del director de la RAE, para quien el lenguaje inclusivo o de género, es por lo pronto una extravagancia.
Lo que me inquieta esta vez, es muy personal porque no sé hacer el mole poblano y eligieron para su “día sin mujeres” la fecha de mi cumpleaños. José Antonio Aspiros Villagómez”.
Sigue nuestro texto:
Prostitución, un mal necesario
Hubo otro tipo de mujeres, las de la vida alegre o prostitutas, que no tenían permitido trasladarse al virreinato porque se suponía que debía cuidarse la llegada de peninsulares honorables.
Pero tenían artimañas para colarse, aparte de que las autoridades virreinales y también las peninsulares consideraban que la prostitución era un mal necesario.
Y en función de ello, en 1538 se estableció en la ciudad de México la primera casa de mancebía, cuyo inmueble todavía existe en la calle de Mesones.
La casa de mancebía estaba tasada por el Ayuntamiento y éste protegía y vigilaba a las mujeres encerradas allí, y no a quienes ejercían por su cuenta.
A éstas se les llamaba cantoneras porque estaban en las esquinas, o bien barraganas, concepto que cambió durante el periodo medieval, de ser la compañera y mujer del religioso, hasta llegar en el siglo XVI a tener una connotación negativa muy cercana a la de prostituta.
En esta categoría de mujeres estuvieron incluidas muchas bígamas. En la ciudad de México fueron procesadas 13 mujeres por ese delito.
A las prostitutas no podían juzgarlas, porque no cometían ningún delito y así aparece en sus registros.
Las peninsulares invadieron también, como hoy, oficios masculinos en Nueva España.
Dejemos a la licenciada en periodismo, historiadora y escritora, Norma Vázquez Alanís seguir con el tema.
Reconoce qué durante 15 años, la doctora María José Encontra y Vilalta ha estudiado la participación que las mujeres tuvieron en Nueva España.
De sus investigaciones se desprende que entre ellas hubo encomenderas, con lo cual se corrige un error, pues se asumía que las encomiendas solamente se transmitían entre hombres, pero los testamentos hallados en el Archivo de Notarias demostraron que podían darse en herencia o como dotes a las hijas.
Dio como ejemplo que María de Estrada recibió la encomienda de Tetela del Volcán, como premio o reconocimiento a la ayuda que ofreció a Hernán Cortés.
Las mujeres peninsulares estuvieron en todos los ámbitos de la sociedad novohispana, y al referirse a las maestras destacó que una de las primeras fue Catalina de Bustamante.
Se estableció en 1525 en la zona de Texcoco y se enfrentó a cuanto conquistador quiso abusar de las niñas que ella tenía en su custodia, al grado que fue a España para solicitar a la reina Isabel que hiciera algo al respecto.
Ella llegó primero a las Antillas, acompañada de su marido, de sus hijos y de una de sus sobrinas.
Igualmente había mujeres dedicadas a las cuestiones sanitarias, como se sabe por documentos que datan de 1566 sobre una comadrona o partera que era originaria de Talavera de la Reina y que viajó a América con su hijo y una esclava negra a su servicio.
Conforme avanzó el siglo se les exigió a esas parteras que presentaran exámenes, al establecerse las bases de lo que posteriormente sería la sociedad virreinal.
Se constituyó en la Ciudad de México en 1628 el Protomedicato. Un tribunal cuyo objetivo era vigilar el ejercicio y la enseñanza de la medicina, así como cuidar la higiene y salubridad públicas.
Acerca de las criadas, indicó la ponente que muchas veces en los contratos notariales aparecen sus convenios de servicio, con datos sobre la edad, de qué lugar de la península provienen, así como el compromiso del patrón, que podía ser darles comida, servicios médicos, casa, etcétera.
Otro punto que comentó la doctora Encontra y Vilalta, profesora invitada en la Universidad Complutense de Madrid, España, y en la Fundación Academia Europea e Iberoamericana de Yuste en Cáceres, Extremadura, España, fue sobre la relación que guardaron las peninsulares con la esclavitud de origen africano.
Permitida como consecuencia de la firma del tratado de Alcazabas entre España y Portugal para introducirla en territorios peninsulares.
En el Archivo de Notarias están registradas mujeres peninsulares involucradas en este negocio: compraban, vendían o traspasaban esclavos, y liberaban a muy pocos. Y se asientan las obligaciones de pago relacionadas con las esclavas.
Las mujeres se asociaban entre ellas o con hombres para este negocio y para ello utilizaban con frecuencia el camino de México a Veracruz o de México a la zona de minas en el norte.
Las mujeres colaboraban con dinero, animales y esclavos para que funcionaran esas sociedades.
Las familias Estrada y Andrada configuraron desde el siglo XVI, en los primeros años de la Conquista, una oligarquía, que controló todos los estamentos sociales que había en el virreinato: el Cabildo, las instituciones religiosas y los diferentes cargos públicos.
Era un grupo muy cerrado y hubo costumbre porque esas familias siempre orquestaron matrimonios ventajosos para afianzarse en el poder y continuar con este sistema.
Por ejemplo, Ana de Estrada, hija del tesorero de Nueva España, se casó con el siguiente tesorero del virreinato, Juan Alonso de Sosa, al morir su padre.
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